martes, 27 de diciembre de 2011

Reflexiones platónicas

A la vista de los últimos acontecimientos, me reafirmo en pensar que "no cesará en sus desdichas el género humano hasta que el linaje de los que son rectos y verdaderamente filósofos llegue a los cargos públicos, o bien que el de los que detentan el poder en las ciudades, por algún favor divino, lleguen a filosofar de verdad." Sin embargo, el que no cree estar falto de nada no siente deseo de lo que no cree necesitar.

Pero casi estoy seguro de que con estas mis palabras me estoy granjeando enemistades, lo cual es precisamente una prueba de que digo verdad. Por otro lado, ¿a qué preocuparnos tanto de la opinión de la gente? Lo que importa es ser fiel a sí mismo, siempre que la razón no se oponga a ello.

En este y otros temas, no hago más que cambiar de opinión: unas veces pienso de una manera, otras de otra. "Pero el que yo me haya fijado tan poco en esta cuestión ( y en otras), yo y cualquier otro ignorante, no tiene nada de sorprendente. Pero que vosotros, los sabios, estéis sujetos a estas mismas variaciones, es algo que para nosotros mismos resulta horrible, pues entonces, por mucho que recurramos a vosotros, no se nos sacará de nuestras incertidumbres."

El mío, posiblemente, es un saber mediocre… Aún no puedo conocerme a mí mismo, e ignorando todavía eso, me resulta ridículo considerar lo que no me concierne.


"Teniendo como tengo conciencia de mi ignorancia, bien sé que por mí mismo no he concebido nada de esto. La única explicación es, pues, según creo, que me hayas llenado por el oído en algún manantial extranjero, como se llena un cántaro. Pero luego la pesadez de mi inteligencia me ha hecho olvidarme incluso de eso, de cómo y a quiénes lo oí."

04/08/10

viernes, 23 de diciembre de 2011

El cisne y la grulla

Estoy sólo en una esquina de la barra del pub. El local está casi vacío; sólo otros dos clientes al otro lado mantienen una conversación por encima de la música. Con un par de servilletas, y mi poco arte para el origami, he improvisado lo que podrían ser un cisne y una pequeña grulla. Es lo único que se me ha ocurrido para no pensar en lo que no quiero pensar. Los coloco al lado de la copa y bebo.
La camarera, una morenaza de ojos oscuros, lleva tiempo observándome; atusándose nerviosamente el pelo, mirándome de reojo mientras se contonea a son la música, cruzando miradas en el reflejo del expositor de bebidas mientras se retoca los labios,... Ahora se acerca.
- Que bonito. ¿Qué son?
- Este es un proyecto de cisne, y este otro un proyecto de grulla. Con el papel adecuado se verían mejor, supongo.
 Ella sonríe
- Seguro que sí. ¿Podrías enseñame? Siempre he querido hacer estas cosas.



De repente, una chica entra tambaleándose en el pub. Se nota a la legua que está borrachísima. Su pelo castaño alborotado, ojos vidriosos, su mirada perdida,... Se acerca a la barra y comienza a hablar con la camarera; se conocen, son amigas. Yo también la conozco, de vista, de otras veces. De la conversación que mantienen deduzco que el novio la ha dejado y está ahogando las penas en alcohol. No se lo reprocho; quién esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Ahora, se gira y nota mi presencia. Tras cuchichear con la camarera, ésta se va a prepararle una copa mientras ella se acerca. Me pregunta por los origami y yo intento inventarme una historia, que nada más terminar de contar, me parece estúpida; supongo que para hacerla reír y animarla un poco. Que si el cisne blanco representa al elegante príncipe azul, mientras que la grulla es la pobre cenicienta... No tengo éxito en mi objetivo; por el contrario, ella se pone seria y me pregunta si creo en los cuentos de hadas. Parece realmente interesada en el tema y en mi opinión. La camarera deja una copa para ella y se aleja para darnos algo de intimidad, supongo. Antes de alejarse, dirige a su amiga una mirada que no logro interpretar.



Después de un rato de conversación sobre príncipes y princesitas, los cuentos no pueden ocultar los verdaderos sentimientos y las intenciones de ella. Así que antes de que se me vaya de las manos, y para no hacerle perder el tiempo, digo:
- No puedo ayudarte a olvidar a quienquiera que sea que quieres olvidar. Además, mañana te darías cuenta de que has cometido un error, y yo no quiero formar parte de ese error. 
- Que considerado por tu parte,- ironiza ella con una sonrisa amarga que no oculta su decepción.
- Me gustaría poder decirte que lo hago por tu bien, pero la verdad es que lo hago por el mío; luego no podría olvidarte.